Por: Mauricio Villanueva
Est. Ciencias de la Comunicación-Comunicación Política UNAM
Colaborador de Revista Divergencia
La carrera por la presidencia de México ya comenzó y los dos personajes más apuntados para relevar al presidente López Obrador en 2024 se llaman Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard. Tanto la jefa de Gobierno de la Ciudad de México como el secretario de Relaciones Exteriores han aumentado su posicionamiento mediático en redes sociales durante las últimas semanas con expresiones «casuales» de sus personalidades: vídeos cortos donde comparten parte de su cotidianidad, que los intentan humanizar y que, quizá, los buscan acercar a la gente, construyendo una imagen política pretendidamente sincera y sencilla.
El «destape» anticipado (las elecciones serán el 2 de junio de 2024) de estos dos candidatos tiene muchas aristas que ameritan ser cuestionadas. Una de las más peligrosas para la popularidad del partido en el poder puede ser el potencial agotamiento de las audiencias tras soportar, durante los siguientes dos años, un par de «no-campañas» que sí son campañas en sus medios digitales. Otra, sin duda, es que, al abrir tan pronto la preocupación por lo futuro, la ocupación por lo presente en la gestión pública de ambos servidores públicos decaiga (aunque digan que no) o que la consideración de la gente en lo que dichos personajes hacen cambie de prioridad antes de tiempo (que los valoren más como candidatos que como jefa de Gobierno o canciller, respectivamente).
Sin embargo, la atención que tanto Sheinbaum como Ebrard pueden recibir (en calidad y cantidad) durante estos dos años para construir su imagen idónea que los lleve a la presidencia en 2024 contrasta con lo que sucede en el bloque opositor, donde no hay candidato definido, ni opción clara, ni plan, ni aparentemente una idea más allá de la alianza consolidada en el 2021 (Va por México), cuyo único alcance ideológico parece ser la antítesis del lopezobradorismo. Si la carrera Claudia-Marcelo es descarada por su premura, también hay que reconocer que, a como están las cosas hoy, daría lo mismo que iniciaran en 2022 o en 2023 o en 2024; ante la ausencia de un perfil opositor serio y respaldado por unanimidad, la sucesión pinta para quedar en la voluntad de López Obrador.
El terreno que la oposición pierde si no presenta una alternativa seria para la presidencia más pronto que tarde no es menor. Un punto clave para las campañas de 2024 será recoger las banderas políticas del actual presidente (lucha contra la corrupción, justicia social, pacificación del país, etc.), pues sus discursos basados en esas causas y sentires populares fueron los que lo llevaron a la presidencia y lo han mantenido con una alta popularidad pese a lo cuestionable de su gestión. Claudia y Marcelo tendrán tiempo para construirse como el mejor heredero de la 4T en discurso y práctica, y así dar continuidad al proyecto político de AMLO, mientras que la oposición tendrá que preparar y ofrecer una narrativa suficientemente audaz que retome esas banderas a su favor en un lapso mucho más corto.
Además, la oposición pierde tiempo al no personalizar su proyecto político. Hoy por hoy, Va por México es más una idea, una abstracción, que una personalidad (lo cual es fundamental en las campañas políticas contemporáneas). ¿Qué representa Va por México más allá del anti-lopezobradorismo? ¿Cuál es su propuesta explícita y en quién encarna su proyecto de país? Si acaso Enrique de la Madrid, ex secretario de turismo, parece levantar la mano con fuerza, pero no con la suficiente para posicionarse mediáticamente como «el candidato» opositor. Parece que la alianza no ha sabido aprovechar que su unión ha borrado de un buen sector de la opinión pública las deficiencias que, individualmente, caracterizan a cada uno de los partidos que la componen (PRI, PAN y PRD). Cuanto más tarden en posicionarse como unidad, más se exhibirá la crisis priista, la inconsistencia panista y la extinción perredista ante los ojos del electorado.
En lugar de aceitar una maquinaria ideológica definida, de articular una acción política capaz y proactiva, las partes que componen a Va por México han preferido descalificar al electorado de Morena tildándolo de ignorante, sostener liderazgos vergonzosos y reproducir discursos triunfalistas, pero poco realistas; mientras tanto, el partido en el gobierno se apropia de cada vez más territorio para gobernar y poder estructurar mejor su militancia y sus bases clientelares, afinando su músculo para 2024. Peor aún, es probable que los votantes indecisos, esos que necesitan ser activados en favor de ambos bandos, todavía no tengan hacia donde hacerse y que, con el pasar de los meses, terminen por encontrar virtudes en Sheinbaum o en Ebrard al no tener nadie más en quién fijarse.
Pese a todo, la incertidumbre reina. Nada asegura, todavía, que Sheinbaum o Ebrard ganen la elección interna del partido para aparecer en la boleta en 2024; son favoritos, pero la voluntad más importante, la del presidente, aun no se ha manifestado definitivamente. Además, sí o sí habrá una candidatura de oposición, así como un voto indeciso que está muy a tiempo de ser estimulado para ambas sendas. Eso sin contar que la polarización alimentada desde Palacio Nacional no cesará y, aunque en Va por México la repudien, eso les podrá ayudar a atraer a los decepcionados del presidente a su causa; el discurso anti-AMLO, aunque pobre políticamente, puede bastar para que haya una competencia real en 2024. Solo necesitan encontrar a un personaje a tiempo que saque provecho de todo ello.
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