Por: #MauricioVillanueva
Est. Lic. Ciencias de la Comunicación #UNAM
Director de Medios #RevistaDivergencia
El 7 de septiembre de 2013, la ciudad de Tokio ganó la #sede de la XXXII Olimpiada. A diferencia de 1964, cuando Japón organizó los juegos por primera vez, las expectativas que su designación acarreó no fueron las de una nación en reconstrucción, potencia naciente, sino las del líder de #tecnología mundial capaz de organizar y presentar un evento masivo sin parangón. Siete años después, un virus puso al borde de la extinción a Tokio 2020 y lo pospuso. Las expectativas también se movieron: hoy el mundo espera ver cómo Japón evitará que los juegos se conviertan en un nuevo foco de contagio para un propició desarrollo del deporte.
Los #JuegosOlímpicos, como los mundiales de fútbol, son eventos que sirven para proyectar una imagen al mundo. Imágenes de poder, de unidad nacional, de progreso, de problemas ocultos que se presentan como resueltos; imágenes de éxito, en última instancia, político. Aunque con frecuencia estos retratos son solo una ilusión. Las naciones alardean de su capacidad logística, sus #atractivos turísticos y el desarrollo humano o económico que habrá gracias a los Juegos Olímpicos, pero sus inmuebles terminan inutilizables, se vuelven más un gasto que una ganancia y es más barato abandonarlos.
En economías verdaderamente fuertes –como la de China- triunfa la presunción y los costos sociales no son tan notorios. No así en economías vulnerables. Atenas 2004 o Río 2016 fueron la clara prueba. En la primera ciudad, el gasto de organizar las olimpiadas precedió a la #crisis económica en la que el pueblo helénico cayó años después; por su parte, los cariocas arrastraban problemas económicos y políticos que se manifestaron en el mundial de 2014 y complicaron la realización de los Olímpicos y Paralímpicos de 2016 al grado de poner su misma ejecución en duda.
Cuando Japón ganó la sede, la #promesa del costo era de poco más de 7 mil millones de dólares. Conforme se acercaba la fecha, la cifra subió a 12 mil millones, y algunas auditorías develaron (antes de la pandemia) que el costo real podría ser del doble. Para 2019, Tokio 2020 rompió récords de patrocinios privados: consiguió más de 3 mil millones de dólares en este rubro. Esta potencial ventaja, sin embargo, podría anularse por los costos de la posposición y las medidas sanitarias a cumplir, que se elevarían a 2 mil 800 millones de dólares.
Ante el #escenario pandémico, Japón pondrá a prueba, más que cualquiera de sus antecesores, la fuerza de su economía. Sin público extranjero, el #turismo que dinamita este tipo de eventos será menor, por no decir nulo. La potencial utilización futura de su infraestructura estará a merced del avance de la inmunización entre los japoneses, que va rezagada a comparación de otras naciones líderes (Japón comenzó a vacunar en febrero de 2021) y que se explica por estigmas culturales que los nipones históricamente han tenido frente a las vacunas (aunque no son propiamente «antivacunas»).
En niveles deportivos, Tokio 2020 también va cuesta arriba: antes de la pandemia cerca del 43% de los atletas olímpicos y paralímpicos faltaban por clasificarse. La pausa obligada interrumpió #procesos de preparación que se retomaron con muchas limitantes y también afectó otros rubros de la vida de los atletas. Ejemplo de los daños extradeportivos son Daniele Bramble (Inglaterra) o Rubén Limardo (Venezuela), quienes tuvieron que cubrir sus #gastos durante el confinamiento como repartidores de Amazon. Nada garantiza que el espectáculo deportivo tenga el mismo ritmo y nivel que en épocas antes del coronavirus.
Aunque el nombre de Tokio 2020 permanecerá por cuestiones de #marketing, Tokio 2020+1 tendrá más restas que sumas. Menos gente, menos proyección geopolítica, menos ingresos, menos espectáculo, y, quizá, menos calidad deportiva. Eso sí, tendrá más gastos. La promesa de ver una tecnología inédita (y una inauguración tan épica como la que China obsequió al mundo en 2008) se opacará; ahora, la medida del éxito nipón será su capacidad para organizar las dos semanas de competencias sin contratiempos sanitarios ni perjuicios a futuro para las finanzas del pueblo japonés. Sólo el tiempo develará si sostener los Olímpicos valió la pena o fue una (otra) necedad del negocio del deporte.
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