Por: #UzielMedina
Politólogo #UNAM
Colaborador de #RevistaDivergencia
«Los jóvenes son apáticos», «a los jóvenes no les interesan los asuntos públicos»; frases como estas eran populares hasta el 18 de septiembre de 2017, pero un sismo vino a sacudir tanto el suelo como los paradigmas de la sociedad mexicana. No existía tal apatía en la juventud, existía un silenciamiento sistemático operado desde las viejas normas sociales impuestas por el «adultocentrismo» que simplemente quedó inerme ante el recuerdo fatídico de 1985.
¿Qué ocurrió al correr la tarde de aquel 19 de septiembre? La juventud se apropió del espacio público. Las imágenes de jóvenes tomando control de diferentes actividades logísticas para salvar vidas inundaron los medios de comunicación. Acarreo de escombros, instalación de centros de acopio, vigilancia de maniobras, cadenas para solicitar en tiempo real el tipo de herramientas necesarias en cada punto de colapso, ahí estaban los jóvenes, los desinteresados, los apáticos, los egoístas… los «ninis».
México es un país muy peculiar, no se deja hundir ante la tragedia, al contrario, emerge de ella. El 19 de septiembre de 2017, nació un nuevo país, mucho más solidario, más crítico, más participativo y el empuje de la población joven tuvo mucho que ver en ello, no en vano este segmento se está convirtiendo en el centro del debate público. Pero la discusión sobre la participación de las y los jóvenes está más lejos de lo que hoy se propone como «cuota de juventud».
Millennials y Centennials, constituyen un bono demográfico único, muy preparado pero con pocas oportunidades en medio de un desastre económico y ambiental; son una importantísima fuerza motriz social que muy pronto perderá su vigor por la imparable crueldad biológica de la vejez. ¿Qué futuro se espera con un presente incierto?
El choque entre generaciones ha desperdiciado el empuje de las juventudes y dejando en la basura la experiencia de los «viejos» y, sin embargo, la coyuntura de estas primeras dos décadas del Siglo XXI obligan a un encuentro generacional. En la arena política, esta realidad comienza a dar sus primeras manifestaciones, por ejemplo, una de las duplas candidatas a la renovación de la dirigencia de MORENA, propiamente, Citlalli Hernández y Porfirio Muñoz Ledo. Algo de esa esencia, apenas visible, con la participación de una mujer joven en el gabinete federal con Luisa María Alcalde en la Secretaría del Trabajo, entre otros cargos en los tres niveles de gobierno, pero el tiempo apremia y las acciones aún son lentas.
La LXVI Legislatura se ha presumido como la legislatura de la paridad por estar muy cercana a la representación 50-50, en proporción al género, pero ¿Qué tal si partimos de la realidad demográfica del país? Casi el 52% de la población son mujeres y poco más del 31% de los mexicanos son jóvenes. Una realidad que aún está lejos de reflejarse en la toma de decisiones del país. Si partimos del axioma de que lo que no está escrito, no existe, las juventudes están enfrentando una invisibilización sistemática; solamente catorce de treinta y dos constituciones estatales reconocen tácitamente a los jóvenes, de éstas, únicamente seis hacen referencia a derechos políticos y una como poseedores de derechos económicos, esto último de suma trascendencia ante un escenario sumamente preocupante en función de la precariedad laboral y salarial y la ineficacia de los actuales instrumentos financieros para garantizar el retiro de las últimas generaciones.
En el contexto de 1968, decía, sin equivocación, Emilio Abreu que, «…Los jóvenes sienten que algo no funciona bien en la organización social de los pueblos. Sienten que la justicia no se satisface con cabal justicia; que existen núcleos de privilegiados que disponen de toda riqueza de todo poder...» Cinco décadas después la reflexión sigue vigente.
El relevo generacional exige un cambio de ruta, incluso las diferencias ideológico-partidistas se diluyen en la secrecía de los cafés y chats, donde la juventud intercambia ideas y coincide que el actual sistema no funciona, no representa, no atiende la necesidad real. ¿Esperaremos a que pasen otros 50 años para soñar con una transformación profunda? Porque el riesgo de que una generación se vuelva a perder por el desgaste sistemático es latente. Sería mejor atender a las palabras de José Muñoz Cota, a propósito también del movimiento de 1968, «…los jóvenes tienen razón en inconformarse cuando los mayores en edad y gobierno practican la ética de la agresión, de la violencia, del despojo, de la rapiña, del imperialismo feroz…».
La Covid 19 es apenas un síntoma de que el Siglo exige cambios, al sacudir el globalismo económico y político, la nueva normalidad incluye sí o sí a los jóvenes, más que un relevo generacional es un sismo generacional.
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