Por: #RicardoLides
Lic. Sociología #UAMXochimilco
Directo Editorial #RevistaDivergencia
«Un jefe en el cielo es la mejor excusa para un jefe en la tierra, es por eso que, si un Dios existiera, tendría que ser abolido». — M. Bakunin.
Con la «prohibición» del Mandato Imperativo, en la segunda mitad del siglo XIX se inmiscuye el modelo de partidos como garantía de representación popular, creando así, el concepto de ciudadanía delegada; capaz de ser la figura principal para el progreso de la democracia representativa, fortalecer la soberanía y la voluntad de poder.
Ya establecido el concepto de ciudadanía, se funda una dualidad. Por un lado, se encuentran los conservadores que buscan seguir preservando los privilegios de la monarquía y, por el otro, los liberales, que en ese tiempo representaban a la burguesía creciente.
Es cierto que en ambos bandos el objetivo es el mismo: adquirir el poder. Si partimos del postulado de Max Weber sobre la conceptualización del poder, se afirma que es «...la probabilidad de imponer la voluntad a costa de la resistencia de otro», en ese sentido, los partidos políticos, la democracia y la ciudadanía, forman una triada perfecta para «querer» eliminar la dominación del hombre por el hombre y establecer así; una «igualdad jurídica».
En esa misma tesitura, Weber afirma que «toda dominación se manifiesta y funciona en forma de gobierno. Todo régimen de gobierno necesita del dominio en alguna forma, pues para su desempeño siempre deben de colocar en manos de alguien el poder». Entonces, dicha «igualdad» sólo es normativa, es decir, establecida en la legalidad para el desarrollo de la «democracia» y el ejercicio del poder, pero en el plano empírico sigue existiendo una brecha enorme de desigualdad, no sólo en México, sino en la mayor parte del mundo.
Lo importante aquí, es reflexionar sobre los conceptos ya mencionados, su funcionalidad y abolición. ¿Hasta cuándo se tiene que seguir con un proceso «democrático» ?, si se ha comprobado históricamente que existe una desconfianza enorme por parte de las y los individuos hacia las figuras o representantes de partidos políticos. En ese sentido, ¿Deben de seguir existiendo partidos políticos que fragmenten y lucren con las necesidades del individuo?
No es que falte una cultura política en las y los individuos, pues se han creados miles de instituciones o «edificios de saber» donde emanan reglas y orientaciones sobre las diferentes sociedades existentes. Sino más bien, lo que hace falta es despojarse de la obviedad y normalidad de la construcción histórica que se ha producido en el ideal colectivo sobre la política. Es decir, ejecutar un giro reflexivo e interpretativo que haga posible el cuestionamiento y potencialice la problematización de no querer sustituir una vieja democracia por una «nueva» organización democrática, donde el llamado «pueblo» gestione el Estado, la economía, entre otras instituciones, para que de esa forma cambie su naturaleza burguesa. Así mismo, poner en duda a los afiliados de estas organizaciones (partidos políticos) que sólo buscan intereses particulares tales como la reputación o carrera política.
De modo que, el mecanismo de los partidos políticos busca una cohesión mediante la racionalización; por el grado de desarrollo de la racionalidad con arreglo a fines a costa de la racionalidad con arreglo a valores. Es decir, busca la cohesión mediante la racionalidad instrumental, la cual se preocupa más por los medios para alcanzar ciertos fines. Por tanto, en las últimas décadas se ha configurado una «estructura de oportunidades políticas», que toman relevancia, gracias a su facultad de movilizar sectores sociales «poco representadas», todo ello con base a las diferentes plataformas de «información» y divulgación, desde el tradicional periódico, radio y televisión, hasta las actuales «benditas» redes sociales.
La relevancia de todo esto, no es reivindicar una alternativa que sustituya a la actual democracia y todo su sistema, pues en cualquiera de sus formas seguirá reproduciendo la agrupación de los antagonistas de clase. De lo que se trata es de abolir las diferentes sociedades de clase para restablecer la comunidad humana. «¿Por qué pensar que es mejor tener representantes, si como a nosotros mismos nadie nos representa mejor?».
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