Por: #ÁngelMeza
Lic. En Ciencias Políticas y Administración Pública #UNAM
Colaborador de #RevistaDivergencia
Facebook: Ángel Meza Morín
Antiguamente la religión era el espacio de consuelo para la desesperanza de todas las clases sociales, era el pensamiento colectivo, la conducta colectiva y el razonamiento social que predominaba en el mundo.
Las tareas, el prestigio y el ordenamiento social eran designados por mandato divino. El poder eclesiástico sobresalía, pero con la llegada de la revolución industrial, el mundo cambió drásticamente; la mano de obra fue sustituida en muchas áreas y, con ello, se implementó la división de trabajo que se mantiene hasta nuestros días.
La división de trabajo que se instauró, formó nuevos vínculos sociales que, a su vez, comenzaron a forjar nuevos pensamientos colectivos, esta nueva conciencia social fue sustituyendo a la vieja conciencia religiosa que predominaba en el mundo; las tareas, el prestigio y el ordenamiento social ya no se daba a través del poder eclesiástico, había surgido un nuevo poder que era ejercido por la burguesía, esta clase social se constituía principalmente de aquellas personas poseedoras de las industrias.
Con el paso del tiempo, esta clase -poseedora de las industrias y el comercio- comenzó a forzar el crecimiento del capitalismo y libre comercio que le facilitaban la obtención del poder -comenzó a generar valores extrínsecos hacía las cosas materiales- que le permitían aumentar tanto su economía como su control social.
Este pensamiento de valorización hacía las cosas materiales es el que predomina en nuestros días, la mayoría de las personas en las sociedades modernas quieren obtener las cosas más nuevas que nos ofrecen las industrias y empresas, dejando de lado cosas tan importantes como la salud, el respeto, la empatía y la naturaleza.
La Consagración del materialismo nos ha sometido en un pensamiento colectivo que fue generado por una minoría que no piensa en lo más mínimo en las necesidades de la generalidad.
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