Por: #MauricioVillanueva
Est. Lic. Ciencias de la Comunicación #UNAM
Director de comunicación #RevistaDivergencia
Desde que la Secretaría de Salud instauró el #semáforo epidemiológico por estados, su propósito político fue claro. Político no en el sentido de estorbar aspiraciones electorales u opacar la «buena gestión» de ciertos gobernantes –como en su momento Enrique Alfaro (de Jalisco) acusó-, sino en un sentido de prioridades gubernamentales: el semáforo se erigió como un indicador de cuándo la #economía podría retomar sus actividades con la mayor cotidianidad posible para continuar con el proyecto del presidente López Obrador.
A finales de septiembre de 2020, Campeche fue el primer estado en llegar a aquella tierra virgen que era el #semáforo verde; semanas después del desafortunado repunte decembrino, el país se tiñó de tonos más amarillos y verdes que naranjas y rojos. Y pese a la estabilidad en esos colores que más de 15 estados han sostenido, el anuncio de la Ciudad de México para el regreso a clases presenciales (que implicaría un próximo cambio a semáforo verde tras varias semanas en amarillo) despertó el escepticismo en mucha gente sobre una (inexistente) conexión entre el semáforo epidemiológico y las #elecciones intermedias, idea difícil de sostener más allá de las filias y fobias.
En primer lugar, suponer que el semáforo epidemiológico tiene como móvil el #rédito electoral para Morena implicaría negar deliberadamente dos cosas: las diferentes dinámicas que regionalmente manifiesta la #pandemia y el mérito que los gobiernos estatales tienen en el manejo de la misma. Es decir, si el tipo de semáforo jugara en función de los intereses de Morena, sería difícil entender por qué un estado tan dependiente del turismo como Quintana Roo está cerca del rojo en vísperas de las elecciones, o que bastiones opositores como Querétaro, Guanajuato y el mismo Jalisco se encuentren en verde a escasos días del 6 de junio.
Si la lógica del #escepticismo es bien interpretada, también un semáforo verde equivaldría a una población contenta con el gobierno y, por lo tanto, a un espontáneo deseo de votar por el #partido que lo encabeza. Pero esta idea carece de nexos lógicos. Si bien es innegable que la #vacunación docente y los planes para regresar a clases presenciales, inherentes a los cambios de semáforo, pueden complacer a un sector importante afín a Morena, tales acciones en todo caso sólo reforzaría el partidismo de quienes están convencidos de su filiación; pero quienes no piensan así, ¿por qué cambiarían su intención de voto por algo tan nimio como el semáforo epidemiológico, que además estaría «truqueado» por las elecciones?
Otra cosa a destacar es que el #regreso a #clases presenciales ya se había dado en otros estados (con semáforo verde), pero hasta que la Ciudad de México dio su aviso, las teorías sobre el #vínculo semáforo verde-elecciones salieron a colación. Esto reafirma un problema de quienes habitamos el centro: la creencia de que el país gira alrededor de la CDMX. Si de una #campaña electoral o de popularidad se tratara, estas elucubraciones debieron surgir desde que Campeche llegó al semáforo verde, pues Morena no se sostiene sólo de la Ciudad de México. Pensar que sólo hasta que la capital cambie de semáforo hay intenciones electorales es perpetuar la #visión supercentralizada de México, ajena a la realidad de las otras 31 entidades federativas.
Se suma otra contradicción: suponer que existe un #vínculo causa-efecto (así nomás) entre el semáforo y la intención de #voto dice mucho de quienes se oponen sin proponer. Sería irónico, irrisorio incluso, que el descontento producido durante meses por la gestión tan poco satisfactoria de la pandemia fuera resarcido con un semáforo epidemiológico en cosa de 4 o 5 semanas. ¿Por qué un semáforo «manipulado» 2 semanas antes de una elección despertaría los deseos de la gente no afiliada a votar por Morena?
Entonces, el #semáforo epidemiológico sí tiene un #propósito político: priorizar los planes económicos del gobierno federal. Pero el semáforo epidemiológico no tiene un propósito electoral; creerlo implicaría un fenómeno causa-efecto demasiado burdo. Puede -porque tampoco asegura- afianzar a un sector de votantes, sí, pero no a los indecisos y mucho menos a los opositores. Pensar que de eso va a depender el probable #triunfo de Morena el próximo 6 de junio es reconocer la debilidad de la oposición mexicana, que no ha entendido que la fuerza del presidente y su partido radica en algo más que su popularidad y en la potencial complacencia que (no) daría cambiar a semáforo verde la capital del país. El #rival a vencer no se sostiene en un semáforo epidemiológico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario